El escritor Pedro Antonio de Alarcón (Guadix
(Granada), 1833 - Madrid, 1891) publicó en 1883 un estupendo libro de viajes “Viajes
por España” en el que recopila algunos
de los viajes que había hecho años atrás. En el primero de esos viajes “Una
visita al Monasterio de Yuste” realizado y escrito diez años antes de su
publicación el 9 de octubre de 1873, el escritor granadino, autor del famoso "Sombrero de tres picos", pasa y menciona a
Santa Olalla.
Reproducimos la primera parte del viaje desde
que sale de Madrid hasta que llega a Jarandilla de la Vera, un
viaje que pocos años después podría haber realizado en ferrocarril hasta
Navalmoral de la Mata pero que hace en una de las incomodas diligencias de la época.
Si sois algo
jinete (condición sine qua non); si contáis además con cuatro días y treinta
duros de sobra, y tenéis, por último, en Navalmoral de la Mata algún conocido
que os proporcione caballo y guía, podéis hacer facilísimamente un viaje de
primer orden -que os ofrecerá reunidos los múltiples goces de una exploración
geográfico-pintoresca, el grave interés de una excursión historial y artística,
y la religiosa complacencia de aquellas romerías verdaderamente patrióticas
que, como todo deber cumplido, ufanan y alegran el alma de los que todavía
respetan algo sobre la tierra... -Podéis, en suma, visitar el Monasterio de
Yuste.
Para ello...
(suponemos que estáis en Madrid) empezaréis por tomar un billete, de berlina o
de interior, hasta Navalmoral de la Mata, en la «Diligencia de Cáceres», -que
sale diariamente de la calle del Correo de ésta que fue corte, a las siete y media
de la tarde.
La carretera
es buena por lo general, y en ningún paraje peligrosa. Pasaréis sucesivamente
por la Dehesa de los Carabancheles, donde los Artilleros tenían establecida su
muy notable Escuela práctica; -por las Ventas de Alcorcón y por Alcorcón mismo,
que es como si dijéramos por el Sèvres de los actuales madrileños; -por
Móstoles, donde os acordaréis de su órgano y de su célebre Alcalde del año de
1808; -por Navalcarnero, uno de los principales lagares que surten de peleón a
Madrid; -por Valmojado, que nada tiene de mojado ni de valle, pues ocupa un
terreno muy alto y arcilloso; -por Santa Cruz del Retamar, abundante en fiebres
intermitentes y en carbones; -por Maqueda, todavía monumental hoy, cuanto
poderosa en la antigüedad romana y en tiempos de nuestra doña Berenguela, -y, en fin, por Santa Olalla, patria del
historiador Alvar Gómez de Castro y del predicador Cristóbal Fonseca, ambos
insignes varones y literatos; -con lo cual, al amanecer (dado que viajéis,
como os lo aconsejamos, en primavera o en otoño), os encontraréis en Talavera
de la Reina, confirmada (supongo) recientemente con el nombre de Talavera de la
República federal.
Dicho se
está que en todo este trayecto no habéis visto casi nada, a causa de la
obscuridad de la noche y de haber ido proveyéndoos de sueño, o bien de
dormición o dormimiento (como se decía antaño, para evitar confusiones entre la
gana y el acto de dormir), y en ello habréis hecho perfectamente, pues no os
esperan grandes hoteles, que digamos, en toda vuestra romería; -pero al llegar
a Talavera, donde se detiene el coche una hora y se toma chocolate,
despertaréis, sin duda alguna, y podréis ver al paso muchas y muy buenas
cosas...
Por
ahorraros gastos, no presuponemos que caéis en la tentación de pasar todo un
día en aquella ilustre villa, cuna del ínclito Padre Mariana; rica de
monumentos arquitectónicos; emporio de los opimos frutos y frutas de todo el
país que vais a recorrer; renombrada por sus barros cocidos, que os indemnizan
del bochorno cerámico que pasasteis en Alcorcón, y vecina del memorable campo
de batalla en que españoles e ingleses dimos tan buena cuenta de José Napoleón,
de Sebastiani, de Víctor y de otros generales del Imperio, con más de 50.000
soldados vencedores de Europa... -En otro caso vierais allí, además de las
murallas, y la catedral, y los conventos, y los palacios, los celebérrimos
jardines y alamedas que forman un paseo público a la orilla del noble Tajo...-
Pero ¡nada!, vosotros vais a Yuste exclusivamente, y no podéis deteneros en
parte alguna...
Montaréis,
pues, de nuevo en la Diligencia, y dejando a la izquierda el gran río y viendo
siempre a la derecha la cadena del Guadarrama (que, con el nombre de Sierra de
Gredos y otros, se extiende hasta Portugal), continuaréis vuestro camino y
cruzaréis por delante de la imponente villa de Oropesa, de aspecto feudal,
coronada por su viejo castillo y presidida por el magnífico palacio de los
antiguos Condes de Oropesa, hoy Duques de Frías... -Como sabéis adónde vais, no
dejaréis seguramente de saludar agradecidos aquella villa, ni de pensar con
reverencia en los mencionados Condes, cuyos recuerdos habéis de encontrar
íntimamente ligados con los del Monasterio de Yuste; y cumplida esta
obligación, pasaréis por la Calzada de Oropesa, último pueblo de la provincia
de Toledo; entraréis poco después en Extremadura, y, en fin, a eso de las doce
del día os hallaréis en Navalmoral de la Mata.
En aquella
importante villa, perteneciente ya a la provincia de Cáceres, cabeza de partido
judicial y distante de Madrid 172 kilómetros, es donde os esperan el caballo y
el guía. Dejaréis, por tanto, seguir a la Diligencia su rumbo al Sudoeste, y
vosotros tomaréis el sendero que preferían siempre los Condes de Oropesa para
dirigirse a Yuste desde su mencionada villa señorial, ora cuando el famoso
Garci-Álvarez iba, a principios del siglo XV, a proteger la fundación del
Monasterio, ora cuando un descendiente suyo acudía, ciento cincuenta años
después, a visitar a Carlos V o a asistir a sus exequias. -Es decir, que os
encaminaréis al lugarcillo de Talayuela (12 kilómetros); pasaréis por la barca
del mismo nombre el caudaloso Tiétar, tan desprovisto de puentes; entraréis en
la célebre Vera de Plasencia, y por Robledillo de la Vera, iréis a hacer noche
a Jarandilla. […]