Recientemente la Biblioteca Virtual de Castilla-La
Mancha ha digitalizado los números del periódico de Torrijos y comarca “Atalaya toledana”. Atalaya toledana fue
un periódico mensual, de carácter comarcal, dirigido por Pedro Fuentes-Guio y
que tuvo una corta andadura entre los años 1971 y 1972.
En su número 8, de abril de 1972, apareció un
artículo titulado “Viejos recuerdos de Santa Olalla” firmado por el santaolallero
Julián Sánchez Casares.[1]
Recupero su texto íntegro, que es un bonito resumen de la historia local de
Santa Olalla, escrito con la inmejorable pluma del que fuera catedrático de
latín don Julián Sánchez Casares.
Cuando Roma, la más ilustre de las ciudades,
creaba la leyenda del príncipe Eneas, que, superviviendo a las llamas de Troya,
llegaba a sus costas, pretendía remontar sus orígenes a tiempos heroicos. Y es
que desempolvar viejos recuerdos, buscar historia, descubrir el origen es
atribuirnos gloria y prestigio. Sin embargo, ¿Qué hechos ilustres, que hazañas
memorables pueden engrosar la pequeña historia de un pequeño pueblo?
Nuestras noticias son escasas, las fechas no
empiezan a saltar hasta bien entrado el siglo XI. Vamos a imaginar. Sabemos que
los historiadores no aprobarían el método. Al lado de Jiménez de Gregorio, al
que tomamos como guía de este artículo, suponemos que Santa Olalla por su
topografía, la riqueza de su suelo y el enclave debió ser poblado habitado por
iberos y celtas.
El topónimo Santa Olalla es una derivación
fonética del latín “Sanctam Eulaliam”,
nombre de una mártir emeritense, cuyo culto era popularísimo en España. Diseminados
por la geografía española, encontramos igual es topónimos, aunque, en tierras
asturianas, con la grafía Santa Olaya.
La calzada romana que iba desde Emerita Augusta
(la actual Mérida) a Toletum (Toledo) debió infundir en el poblado la vida que
brindaba la romanización. Más tarde, se aposentaron en él visigodos y mozárabes
que dependían de parroquias toledanas, al desaparecer sus iglesias bajo el Islam.
Después, reconquistado el pueblo, se edificó la iglesia parroquial de San Pedro,
en el XI de corte mudéjar, de la que se conservan tres ábsides. En ella la
imagen de la Virgen de la Piedad, cuya cabeza es obra de Benlliure, vela como
patrona.
Después de quedar ocupado Toledo en 1085 por
las tropas de Alfonso VI, el monarca castellano-leonés emprendió la conquista
de las plazas fuertes que le permitieran consolidar sus dominios. En una
crónica de la época, leemos: “Cepit
Talaveram, Sanctam Eulaliam, Maquedam…”, es decir, “se
apoderó de Talavera, Santa Olalla, Maqueda…”. Sabemos que el pueblo estaba
cercado de muros. Varios son los testimonios que lo confirman. Después de la
batalla de Alarcos en 1195, el Miramolín prosiguió la campaña de castigo y
exterminio azotando las tierras toledanas. Un año más tarde, llegó a Talavera,
sin haber conseguido tomar Santa Olalla. Tendremos que esperar hasta el siglo
XVI para recibir la noticia de que el pueblo estaba ceñido de muros donde se
abrían tres puertas torreadas y la casa fuerte del feudal. El carácter de
“oppidia” o plaza fuerte, así como su valor estratégico, son históricamente
innegables.
Las fechas que se suceden no tienen lugar en
un artículo que está lejos de la investigación. Como otros pueblos medievales,
cuyos habitantes se arropan con el calor de la Iglesia y despliegan ante ella
su silencio y recogimiento, tiene que esperar la Villa la llegada de un
poderoso señor para seguir el cole el compás que éste le marqué y palpitar con
sus latidos. La piedad de los condes de Orgaz construye otra de sus iglesias: la
de San Julián. Sus cinco retablos barroco-churriguerescos son visita obligada
para el forastero. El más notable, el del altar mayor, acoge a los tres
Sanjuliánes y a los cuatro Padres de la Iglesia Latina.
El espectador pierde su imaginación ante su
abrumadora grandiosidad. En una de las capillas laterales se alberga la negra
talla del Cristo de la Caridad. Es fama que en 1589[2] una
epidemia de cólera azotó la región. El pueblo, piadoso y creyente, recurrió a
su favor. Sacada en procesión la imagen, el Cristo exterminó la epidemia
curando más tarde a los afectados por la enfermedad.
Nos llega la noticia de la existencia en este
sitio de un Hospital de Caridad, si bien data de tiempos antiguos. Es el Hospital
de San Antonio Abad, hoy desaparecido. En una de sus salas se descubrió
recientemente un San Francisco de Asís, obra del Greco, vendido en una subasta
hace unos años.
El hecho de que en 1517 Fernando Colón
incluyera en su cosmografía nuestra villa: “Santa
Olalla es villa de 1.500 vecinos, está en llano e tiene fortalezas”, prueba
el puesto relevante que ocupaba entre los pueblos limítrofes. Las noticias que nos
llegan a finales de siglo están relacionadas con la carencia de leña, por la
cual acuden los vecinos a Valdepusa y Cardiel, la abundancia de aguas y el
bosque que posee el Conde, poblado de encinas, donde abunda la caza de gamos y
liebres. Por privilegio, se celebra un mercado todos los lunes que “solía ser bueno y muy nombrado –leemos-, y ya no lo es, y no es franco”.
En el censo realizado años más tarde, el
territorio llamado Tierra de Santa Olalla estaba integrado por esta villa y las
poblaciones de Otero, Domingo Pérez, Erustes, Carriches, La Mata y Adovea.
El siglo XVIII trae a Santa Olalla una
enfermedad ya corriente. Es la fiebre terciana debida a “la humedad del terreno y a las aguas estancadas, corrompidas, del
arroyo de Salamanquilla”.
Las huellas de la Guerra de la Independencia,
el paso de ilustres personajes por sus tierras son testimonios cercanos de un
pueblo siempre atento a su historia y a la vida moderna, con los ojos puestos
en la ancha lejanía de Castilla. Aunque las palabras del viajero Ponz, corriendo
en el siglo XVIII nos obliguen a esbozar una sonrisa un tanto irónica: “la mejor tierra del mundo por su natural
frescura, y la que le da un rollo para poder plantar millones de árboles”.
Santa Olalla labra su futuro con la rememoración del pasado, de un pasado
integrado armónicamente en las corrientes que lo cruzaron, de un futuro cargado
con la fresca esperanza de buen pueblo castellano.
[1] SÁNCHEZ CASARES, Julián: Viejos recuerdos de Santa Olalla.
Atalaya toledana, nº 8. (Torrijos, 1 de abril de 1972). Pág. 11. https://ceclmdigital.uclm.es/viewer.vm?id=0002637869&page=1&search=&lang=es&view=prensa