lunes, 31 de mayo de 2021

Viejos recuerdos de Santa Olalla; Artículo de 1972 en el periódico Atalaya toledana

Recientemente la Biblioteca Virtual de Castilla-La Mancha ha digitalizado los números del periódico de Torrijos y comarca “Atalaya toledana”. Atalaya toledana fue un periódico mensual, de carácter comarcal, dirigido por Pedro Fuentes-Guio y que tuvo una corta andadura entre los años 1971 y 1972.

En su número 8, de abril de 1972, apareció un artículo titulado “Viejos recuerdos de Santa Olalla” firmado por el santaolallero Julián Sánchez Casares.[1] Recupero su texto íntegro, que es un bonito resumen de la historia local de Santa Olalla, escrito con la inmejorable pluma del que fuera catedrático de latín don Julián Sánchez Casares.



Cuando Roma, la más ilustre de las ciudades, creaba la leyenda del príncipe Eneas, que, superviviendo a las llamas de Troya, llegaba a sus costas, pretendía remontar sus orígenes a tiempos heroicos. Y es que desempolvar viejos recuerdos, buscar historia, descubrir el origen es atribuirnos gloria y prestigio. Sin embargo, ¿Qué hechos ilustres, que hazañas memorables pueden engrosar la pequeña historia de un pequeño pueblo?

Nuestras noticias son escasas, las fechas no empiezan a saltar hasta bien entrado el siglo XI. Vamos a imaginar. Sabemos que los historiadores no aprobarían el método. Al lado de Jiménez de Gregorio, al que tomamos como guía de este artículo, suponemos que Santa Olalla por su topografía, la riqueza de su suelo y el enclave debió ser poblado habitado por iberos y celtas.

El topónimo Santa Olalla es una derivación fonética del latín “Sanctam Eulaliam”, nombre de una mártir emeritense, cuyo culto era popularísimo en España. Diseminados por la geografía española, encontramos igual es topónimos, aunque, en tierras asturianas, con la grafía Santa Olaya.

La calzada romana que iba desde Emerita Augusta (la actual Mérida) a Toletum (Toledo) debió infundir en el poblado la vida que brindaba la romanización. Más tarde, se aposentaron en él visigodos y mozárabes que dependían de parroquias toledanas, al desaparecer sus iglesias bajo el Islam. Después, reconquistado el pueblo, se edificó la iglesia parroquial de San Pedro, en el XI de corte mudéjar, de la que se conservan tres ábsides. En ella la imagen de la Virgen de la Piedad, cuya cabeza es obra de Benlliure, vela como patrona.

Después de quedar ocupado Toledo en 1085 por las tropas de Alfonso VI, el monarca castellano-leonés emprendió la conquista de las plazas fuertes que le permitieran consolidar sus dominios. En una crónica de la época, leemos: “Cepit Talaveram, Sanctam Eulaliam, Maquedam…”,  es decir, “se apoderó de Talavera, Santa Olalla, Maqueda…”. Sabemos que el pueblo estaba cercado de muros. Varios son los testimonios que lo confirman. Después de la batalla de Alarcos en 1195, el Miramolín prosiguió la campaña de castigo y exterminio azotando las tierras toledanas. Un año más tarde, llegó a Talavera, sin haber conseguido tomar Santa Olalla. Tendremos que esperar hasta el siglo XVI para recibir la noticia de que el pueblo estaba ceñido de muros donde se abrían tres puertas torreadas y la casa fuerte del feudal. El carácter de “oppidia” o plaza fuerte, así como su valor estratégico, son históricamente innegables.

Las fechas que se suceden no tienen lugar en un artículo que está lejos de la investigación. Como otros pueblos medievales, cuyos habitantes se arropan con el calor de la Iglesia y despliegan ante ella su silencio y recogimiento, tiene que esperar la Villa la llegada de un poderoso señor para seguir el cole el compás que éste le marqué y palpitar con sus latidos. La piedad de los condes de Orgaz construye otra de sus iglesias: la de San Julián. Sus cinco retablos barroco-churriguerescos son visita obligada para el forastero. El más notable, el del altar mayor, acoge a los tres Sanjuliánes y a los cuatro Padres de la Iglesia Latina.

 

El espectador pierde su imaginación ante su abrumadora grandiosidad. En una de las capillas laterales se alberga la negra talla del Cristo de la Caridad. Es fama que en 1589[2] una epidemia de cólera azotó la región. El pueblo, piadoso y creyente, recurrió a su favor. Sacada en procesión la imagen, el Cristo exterminó la epidemia curando más tarde a los afectados por la enfermedad.

Nos llega la noticia de la existencia en este sitio de un Hospital de Caridad, si bien data de tiempos antiguos. Es el Hospital de San Antonio Abad, hoy desaparecido. En una de sus salas se descubrió recientemente un San Francisco de Asís, obra del Greco, vendido en una subasta hace unos años.

El hecho de que en 1517 Fernando Colón incluyera en su cosmografía nuestra villa: “Santa Olalla es villa de 1.500 vecinos, está en llano e tiene fortalezas”, prueba el puesto relevante que ocupaba entre los pueblos limítrofes. Las noticias que nos llegan a finales de siglo están relacionadas con la carencia de leña, por la cual acuden los vecinos a Valdepusa y Cardiel, la abundancia de aguas y el bosque que posee el Conde, poblado de encinas, donde abunda la caza de gamos y liebres. Por privilegio, se celebra un mercado todos los lunes que “solía ser bueno y muy nombrado –leemos-, y ya no lo es, y no es franco”.

En el censo realizado años más tarde, el territorio llamado Tierra de Santa Olalla estaba integrado por esta villa y las poblaciones de Otero, Domingo Pérez, Erustes, Carriches, La Mata y Adovea.

El siglo XVIII trae a Santa Olalla una enfermedad ya corriente. Es la fiebre terciana debida a “la humedad del terreno y a las aguas estancadas, corrompidas, del arroyo de Salamanquilla”.

Las huellas de la Guerra de la Independencia, el paso de ilustres personajes por sus tierras son testimonios cercanos de un pueblo siempre atento a su historia y a la vida moderna, con los ojos puestos en la ancha lejanía de Castilla. Aunque las palabras del viajero Ponz, corriendo en el siglo XVIII nos obliguen a esbozar una sonrisa un tanto irónica: “la mejor tierra del mundo por su natural frescura, y la que le da un rollo para poder plantar millones de árboles”. Santa Olalla labra su futuro con la rememoración del pasado, de un pasado integrado armónicamente en las corrientes que lo cruzaron, de un futuro cargado con la fresca esperanza de buen pueblo castellano.



[1] SÁNCHEZ CASARES, Julián: Viejos recuerdos de Santa Olalla. Atalaya toledana, nº 8. (Torrijos, 1 de abril de 1972). Pág. 11. https://ceclmdigital.uclm.es/viewer.vm?id=0002637869&page=1&search=&lang=es&view=prensa

[2] Se refiere al año 1598.


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