miércoles, 10 de julio de 2024

El Cristo de la Caridad - Un Cristo mexicano

El “Catálogo de Pasajeros a Indias” recoge durante el primer siglo tras el descubrimiento de América un número inusual, por lo numeroso, de vecinos de Santa Olalla emigrados al continente americano. Son casi doscientas personas entre hombres, mujeres y niños, que pertenecen a todos los estamentos sociales: criados, mozos, hidalgos, bachilleres, un boticario, un labrador, un tejero, un herrador, un barbero o un licenciado fiscal de audiencia. Y esto teniendo en cuenta únicamente la emigración legal que recogía la Casa de la Contracción de Sevilla y que se viene estimando en un cincuenta por ciento. [1]

El primero de todos los santaolalleros emigrados al nuevo continente fue Pedro de Gálvez el 25 de octubre de 1512.

Entre los más curiosos, Francisco Vázquez que partió el 14 de noviembre de 1559 a Nicaragua, como uno de los cuatro hombres que debían acompañar a Juan Sánchez Portero a descubrir el volcán de Masaya. Los primeros conquistadores españoles creyeron que el volcán era la “boca del infierno” y esto concedió al lugar un halo de misterio, estos exploradores escalaron el volcán y lograron acceder al cráter. El líder de la expedición, Juan Sánchez Portero, dijo: “en cuanto al volcán de Masaya, que en la disposición que ahora está es una de las cosas dignas de ser vistas que hay en el mundo, y tengo por cierto que si en tiempo de un Plinio o de otros curiosos filósofos se oyera la nueva deste volcán se tomaran trabajo de verle”.[2]

 También resulta curioso un grupo de seis franciscanos del Convento de Santa Olalla que zarparon hacia Florida el 16 de mayo de 1590, fray Juan de Santiago, fray Juan del Castillo, fray Blas Rodríguez, fray Diego de Valverde y fray Alonso de Reinoso, a los que se unió fray Andrés Muñoz el 9 de enero de 1593.

Tenemos constancia de diversas donaciones que desde América realizaron algunos de estos indianos a sus parroquias de Santa Olalla. Destacan un Cristo y una Virgen Inmaculada de marfil que se colocaron en el altar mayor de San Julián, así como las múltiples donaciones que realizó en el siglo XVII el capitán Agustín de Gamboa vinculadas todas ellas a la Virgen de la Piedad.

Estampa coloreada del Stmo. 
Cristo de la Caridad - Año 1962

Pese a todo lo que antecede, nada sabemos de quien envió y donó a la Cofradía de la Santa Caridad la imagen del Cristo de la Caridad. Sabemos que lo hizo antes de 1598 y que la envió desde el actual Michoacán, en el antiguo virreinato Nueva España en Méjico.

Con la llegada de los españoles a América, en Michoacán desde mediados del siglo XVI se desarrolló una escuela escultórica que unía las técnicas indígenas con los estilos artísticos predominantes en la metrópoli. Entre las técnicas más frecuentes la pasta de yute, las telas encoladas y la caña de maíz. Tal y como lo definió el agustino fray Matías de Escobar (Tenerife, 1690 – Michoacán, 1748) “las imágenes vestían la traza española con el ropaje indiano"[3]. Las órdenes mendicantes, especialmente los franciscanos, vieron como una oportunidad adaptar, o mejor dicho cristianizar, esta técnica a sus necesidades evangelizadoras,  fray Matías recogió en su obra Americana Thebaida: “Las mismas cañas que habían sido y dado materia para la idolatría, esas mismas son hoy materia de que se hacen devotos Crucifijos, de los cuales creo que se paga tanto el Señor de ver consagradas aquellas cañas en imágenes suyas que quiere obrar por ellas las mayores maravillas en prueba de lo mucho que le gustan aquellos soberanos bultos fabricados de caña”.

Dando como resultado unas imágenes de gran tamaño, realismo, muy poco peso y un coste muy inferior al que podían alcanzar las tallas de madera de las escuelas castellanas. Y por estos motivos no solo se crearon para la evangelización del nuevo continente, desde Michoacán llegaron a España y especialmente al Arzobispado de Toledo un gran número de estas imágenes de bulto redondo, fundamentalmente Cristos, que entraban en la península hasta Sevilla a través de su puerto fluvial en el Guadalquivir.

Como hemos dicho, saber qué persona concreta envió la imagen del Cristo de Santa Olalla, es todavía un misterio. Podemos hacer ciertos descartes teniendo en cuenta la fecha, la condición social y el destino, solo considerando los emigrados a Nueva España. Es evidente que el indiano (así se conocía a los primeros emigrados a las Indias) que compró y donó la imagen del Cristo debió ser alguien a quien su nueva vida le sonrió y quiso enviar a su pueblo natal un regalo, una demostración de poderío, que indudablemente sorprendió y gustó a los santaolalleros de finales del siglo XVI.

La imagen de nuestro venerado Cristo de la Caridad está elaborada mediante la técnica del tatzingüe usada por los indios Purupechas y posteriormente por los Tarascos, con pasta de caña de maíz o pasta de Michoacán, sustentada por un armazón. Esta técnica partía de una base de cañas y hojas secas de maíz que tomaba la forma del esqueleto humano, los brazos se formaban con tubos de papeles, para las manos se utilizaban cañones de plumas de ave y solo algunas partes como el rostro se elaboraban con maderas livianas tropicales habitualmente madera de colorín. Después todo este esqueleto se revestía de una pasta esponjosa que se modelaba y moldeaba, y que estaba elaborada con mijo o médula de maíz y bulbos de una orquídea que los indígenas llamaban tatzingüe. Una vez seco se estucaba con tiza, se pulía, se encarnaba con aguacola y se policromaba con tintes vegetales naturales. Finalmente se aplicaba un barniz de aceite de palma.

Nuestra imagen del Cristo de la Caridad cumple todas estas características, se trata de una escultura de grandes proporciones que representa a Cristo crucificado. Un Cristo de cabello modelado, con paño de pureza también modelado pero al que estamos acostumbrados a ver cubierto con diferentes faldones, especialmente de color rojo en los días de su fiesta.

En cuanto al color de la piel del Cristo hay que decir que actualmente es negro, pero muy probablemente no tenía esta encarnadura oscura en sus orígenes. A falta de un estudio más concienzudo de los repintes de la imagen, podemos suponer que antes de 1936 la imagen ya estaba oscurecida por el paso del tiempo y el humo de las velas, los destrozos sufridos en ese primer año de la Guerra Civil y su rápida restauración llevarían a que se mantuviera y unificara la imagen este color oscuro con el que tradicionalmente la habían conocido todos.

Su cruz original debía ser sencilla, formada simplemente por dos tablones lisos. La cruz actual es de madera teñida de verde y está decorada con espejos y apliques de pan de oro, es de estilo rococó y fue elaborada, ya en España, en 1694. Ha perdido la tablilla con el anagrama INRI, que si tuvo hasta los años 70 del pasado siglo.

Las andas que sostienen la cruz, formando un calvario de tres peldaños, son mismo estilo que ésta, pero se elaboraron siete años después en 1701.

En 1782 se hace nueva la corona de espinas del Cristo y se restaura toda su efigie.

El Cristo lleva potencias de plata de 1918, tienen grabada una inscripción que dice “Regalo al Santísimo Cristo de la Caridad en 1918 / por E. G de A”, abreviaturas de “Elisa Gómez de Agüero”.

La catalogación del Cristo de la Caridad de Santa Olalla como “obra ligera en caña de maíz”, ha sido corroborada por quien es el mayor experto internacional en este tipo de imágenes, el profesor canario Pablo Francisco Amador Marrero que ya la presentó en el I Congreso Internacional de Escultura Virreinal celebrado en la Ciudad de Oaxaca (México) en octubre del 2008. Este profesor asegura que Santa Olalla contó con otro Crucificado de caña de maíz que desapareció durante la Guerra Civil.



[1] LÓPEZ MUÑOZ, Josué: El Cristo de la Caridad, un Cristo Mexicano. Revista de las Fiestas de Verano de Santa Olalla en honor del Stmo. Cristo de la Caridad. (Ayuntamiento de Santa Olalla y Hermandad del Stmo. Cristo de la Caridad. Santa Olalla, julio de 2024). Pág. 23.

[2] SÁNCHEZ PORTERO, Juan: Relación de su entrada al volcán de Masaya (Nicaragua) y de sus servicios en otras regiones de las Indias.

[3] AMADOR MARRERO, Pablo Francisco: Puntualizaciones sobre la imaginería "tarasca" en España. (Anales del Museo de América. Madrid, 1999). Pág. 158.

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